Diego Sánchez Baglietto, concejal de Festejos durante los años 1988 y 1989, intervino en el I Seminario del Carnaval de Ceuta, celebrado en el 95 y organizado por AGRUCAR, para hablar de su experiencia durante los dos años en que rigió los destinos carnavalescos de la ciudad. Fallecía en 2008 dejando en el recuerdo la entrega de un concejal que trabajó por el Carnaval ceutí en sus primeros años. Hace ahora 25 años, defendió esta ponencia:
«Doy el inicio a esta ponencia, señalando antes que hacerla no es más que un enredo en el que me he visto inmerso como consecuencia de la amistad que me une a la gente del Carnaval y para que, de alguna forma, quede constancia de las experiencias que he tenido como concejal de Festejos durante los años 88 y 89 y que me gustaría dejar en este primer seminario. Un primer seminario que, dicho sea de paso, celebro enormemente que desde AGRUCAR se haya determinado realizar, ya que significa, bajo mi humilde opinión, el primer paso para construir un Carnaval de cultura bajo la vigilancia de lo que ha de ser la Fundación Ceutí del Carnaval.
(…) los avatares del destino me llevaron durante dos años a regir los destinos carnavalescos. Si bien es cierto que me encontré con un Carnaval ya asentado entre nosotros, participativo y, en muchos aspectos, envidiable, no menos cierto es que el mismo se encontraba vacío de infraestructuras y carente de valores enraizados (…)
Pues bien, como ya he dicho, los avatares del destino me llevaron durante dos años a regir los destinos carnavalescos. Si bien es cierto que me encontré con un Carnaval ya asentado entre nosotros, participativo y, en muchos aspectos, envidiable, no menos cierto es que el mismo se encontraba vacío de infraestructuras y carente de valores enraizados, motivo por el cual se organizaba desde 1983 bajo la premisa de una fiesta más y, por consiguiente, bajo la tutela de la Concejalía de Festejos, cuando en realidad debiera ser la de Cultura la supervisora de las producciones carnavalescas. Pero esto es otro tema del que quizás vosotros, mucho más inmersos en este mundillo que este profano servidor, sepáis. En fin, que entono el ‘mea culpa’ correspondiente, porque también pasé de la responsabilidad de dotar al Carnaval de una base estructurada y concreta desde donde alimentar y cuidar la Fiesta como expresión y cultura popular y no la expresión y cultura popular como fiesta. Pero también coincidiréis conmigo en que de aquella época, poquitos, por decir contaditos, podían erigirse como “sabios” carnavalescos, por lo que si no lo érais vosotros, imaginaos el concejal…
Cuando comentábamos que unas cinco mil personas se habían dado cita en el Revellín, pocos, muy pocos, se lo creían, pero era cierto
Me encontré con un Revellín techado pero invalido en acústica, según los entendidos y ciertamente, ojalá, hubiéramos tenido siempre solo ese problema, ya que como lugar de esparcimiento carnaválico, como zona de bailes o simplemente como centro de reunión del mundo de la máscara y el antifaz, era único. Su envidiable situación, su capacidad, su extraña belleza y las posibilidades que emanaba, hacían del viejo cuartel el más estrambótico y, al mismo tiempo, inmejorable teatro de pasiones.
Cuando comentábamos que unas cinco mil personas se habían dado cita en el Revellín, pocos, muy pocos, se lo creían, pero era cierto. Y aquella marabunta de gente disfrazada, algunos con cuatro trapos, los más con una simple careta comprada en los puestos de venta de la calle Real y otros rebozando imaginación, se movía, saltaba, bailaba, bebía y cantaba en una bacanal de expresiones libertarias que a más de uno nos ponían los vellos de punta.
(…) la falta de un seguimiento carnavalesco en colegios a pesar de que empezaba a funcionar la Escuela de Carnaval en Barriadas, aunque como todas las cosas, cuando no hay una financiación adecuada y un apoyo por parte de los propios carnavaleros difícilmente podía tener continuidad (…)
También es cierto que pudimos hacer más y mejor, pero como ya he dicho antes, era como pedirle ‘peras al olmo’, y sálvese el que pueda. La Cabalgata se nos iba de las manos, y eso que ya por aquel entonces comenzaba la decadencia de la misma, y es que los bolsillos, aunque no queramos creerlo, notaban con mayor amargura la llegada de la crisis. A todo esto, llega la Guerra del Golfo y el miedo en algunos casos y un conjunto de adversidades y errores en otros, encienden la luz de alarma sin que, al menos así lo creo, desde nuestro sillón pudiéramos hacer nada para evitarlo. ¿Errores? La carpa en la Plaza de Rafael Gibert, donde creíamos que por su coqueto diseño podrían darse los bailes con igual intensidad que en años anteriores. O la falta de un seguimiento carnavalesco en colegios a pesar de que empezaba a funcionar la Escuela de Carnaval en Barriadas, aunque como todas las cosas, cuando no hay una financiación adecuada y un apoyo por parte de los propios carnavaleros difícilmente podía tener continuidad, algo muy parecido a lo que ha sucedido en el Taller de Carnaval de la Casa de la Juventud, donde creo que precisamente el interés carnavalesco ha brillado por su ausencia.
Pero en fin, de los errores se aprende mucho más que de los aciertos y en este sentido espero que esta corta ponencia deje algunas conclusiones válidas para el futuro de esta Fiesta en nuestra ciudad. Si participando en este Seminario he conseguido devolveros mi respeto y admiración por todo este mundo de imaginación y fantasía, me doy por satisfecho. Si, por el contrario, no lo he logrado, que será lo lógico, espero que sepáis disculpar a quien en su día cometió el gran error de dejarse mecer por las olas de las serpentinas sin darse cuenta de que, al final, los papelillos se los lleva el viento y las tiras de papel, los barrenderos.»